Scorpions triunfan en Madrid



Es casi lisérgico adentrarse en un concierto rockero por definición y devoción y verse rodeado de repente de gente de lo más pintoresca. Abuelas de sesenta o setenta años con su camiseta de rigor, heavies salidos directamente de la secta vallecana con sus chalecos, sus pins, sus chapas y toda la demás parafernalia. Junto a ellos, algún polo de Ralph Lauren, tipos de traje, chaqueta y corbata de esos que no tuvieron tiempo de travestirse debidamente para la ocasión. Pero se apagaron las luces y allí estaba la razón de ser de todos nosotros.

Klaus es canijo. Muy canijo, de hecho. Pero el tipo le pega, tiene oficio y sigue manteniendo ese timbre de voz tan especial. Ya le veía mayor a mitad de los ochenta, ya sabes, cuando descubrí que yo era heavy gracias a discos como Love at first sting (1983), pero se mantiene muy digno, con mucha pose y chulería, como el resto de la banda. Eso también es rocanrol. Por cierto, los dos guitarras son unos héroes en lo suyo, aunque sus solos me parezcan un poco desfasados a estas alturas de la cultura pop. Uy, ya lo volví a hacer, volví a renegar, maldita sea. ¡No, los solos de guitarra son necesarios y magníficos!

A mitad de concierto nos plantaron una bandera de España gigante en la pantalla de video que presidía el escenario... un detalle casposo, como casposo ha de ser puntualmente el heavy metal ochentero, porque para eso los ochentas eran casposos. Lamenté que no se hubieran equivocado y nos hubieran plantado una bandera preconstitucional o la republicana, por aquello de darle más dramatismo a la situación, pero no, estos sí que acertaron. Profesionales hasta en esto.

Y nada, Padre, que es que me encantaron, me tocaron Bad boys running wild, Blackout, Big city nights, Love you like a hurricane y No one like you. Sólo con esto ya me hicieron levitar. Still loving youuuuuu, ese grito de guerra marca de la casa para siempre jamás, me sorprendió gratamente, mientras que Wind of change me pareció tan pomposa, pretenciosa y melosa como siempre, pero vamos, que bien recibida. La Cubierta incluso sonó bien, por una vez, aunque por momentos la cosa se diluía. Pero el técnico de sonido del grupo, setenton de pelo largo y blanco, se peleó cual titán desde los controles y salió airoso.

¡Vivan los Scorpions! ¡Larga vida a los Scorpions! ¡Que no saquen nuevos discos, que toquen las canciones que les han hecho grandes! Porque en La Cubierta, todo sea dicho, éramos por lo menos 6.000 personas. Hace unos años estuve allí mismo viendo a Incubus, grupo de modita y muy siglo XXI, y los asistentes eran más o menos iguales en número. ¿Que el heavy está trasnochado? De lo que no cabe duda es de que sigue teniendo el mismo tirón de siempre y de que cuenta con una parroquia fiel como pocas. 6.000 personas son más de dos Rivieras, y eso ya lo quisieran muchos grupos de moda que luego desaparecen y no dejan ni mal olor tras su paso...


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